viernes, 4 de abril de 2008

El Totem

Suena el despertador, aun es de noche, tiririrí dice el muy cabrón. Como puede ser posible que ese sonido, la maldita alarma, suene igual en todos los relojes digitales de este apestoso planeta.

Otro maravilloso día comienza para mi, otro puñetero día trabajando, esperando a que suene la dichosa sirena que indica el final de la jornada, mirando las cristaleras para ver un sol que no se cansa de dar luz y que todos y cada uno de los allí presentes deseamos ver ocultarse.

Me levanto de la cama y voy a mear. Mear no esta nada mal, sobretodo cuando lo acompañas de un buen pedo, una meada sin pedo no es meada, dicen. Para mi sorpresa encuentro novedades en el cuartel, pues tengo el nabo ligeramente tieso. ¡Wow, Jack! ¡Por fin despiertas al mismo tiempo que tu dueño! Tengo sesenta años y en los últimos quince no había visto en mí una erección similar. Siendo realistas, es una mierda de erección, apenas se levanta lo suficiente como para despegarse del pellejo de los huevos, pero que carajo, ¡hoy me siento joven, joder!

Entro en la fabrica y saludo a las chicas de la oficina, que toman café de maquina (sabe a meada de tigre) mientras comentan algún programa de televisión. Sin darme cuenta les sonrío al pasar, y me miran con aires de sorpresa. Es normal, soy un tipo de lo más rancio, para empezar nunca les digo nada, y las pocas veces que hemos intercambiado algunas palabras ha sido para reclamar algo de mi hoja de salario. Me desprecian y lo sé. No me importa. Hoy es un buen día, tengo la polla ligeramente llena de sangre y me siento pletórico.

Las putas piezas que fabricamos siempre son las mismas, y aburre demasiado estar sentado todo el día. Me levanto y voy al servicio, para fumarme un pitillo sin que el encargado me vea. En alguna ocasión, el tipejo me sigue y entra conmigo al retrete, me observa, y yo trato de mear en los urinarios, silbo un poco, me la sacudo y me largo. Quiere pillarme y no puede, no sabe que este viejo es mas listo. Es preferible entrar antes de que llegue, meterte en uno de los cagaderos y simular que cagas, exagerándolo un poco, como si de tu culo salieran piedras como puños, entrecortando la respiración. No aguanta mucho rato. En esta ocasión no me persigue.

Una vez sentado en la taza y fumando, me asalta una duda. No una duda cualquiera, pues hacia años que este tipo de preguntas no cruzaban mi mente. ¿Podría cascármela? Tiro de la goma de los pantalones y me veo el pájaro. Por mas vueltas que quiera darle, el pájaro murió hace tiempo, incluso diría que ya huele a cadáver. Aunque hoy a mi cuerpo le haya dado por destinar parte del riego sanguíneo hacia el capullo, eso no implica que vaya a convertirme en un semental.

El día pasa inexplicablemente más rápido. Llego a casa y veo la tele, bebo cerveza, miro un par de revistas guarras donde sale una tipa con media botella de champagne metida en la cloaca, y alterno las imágenes con rápidas miradas a mi paquete esperando una reacción que no llega. Finaliza mi tiempo, me meto en la cama, me rasco los huevos y encuentro en ello el placer y la calma, y por fin, me duermo.

Tiririrí y sus putos muertos. Camino descalzo hacia el cagadero, miro el suelo para no pisar algo que vaya a clavarse en mis pies y descubro de nuevo a Jack en postura de guerra, esta vez ha crecido. ¡Madre del amor hermoso, Jack! ¡Estás casi horizontal! Es estupendo, ¿será que el tiempo corre para atrás ahora y me voy volviendo mas joven?

Entro en la fabrica y vuelvo a saludar a las chicas oficinistas, saludo a los compañeros, saludo al encargado, me dan ganas hasta de darle un beso a la jodida maquina y empiezo a trabajar.

Otro día llega, y Jack esta cada vez mas voluminoso. Pienso en el pasado, en las tardes en que estaba solo en casa y utilizaba el pie de rey de mi padre para medirme la chorra. Ni en mis mejores tiempos tuve un cipote tan grande, es incomprensible ¿habré comido algo raro? ¿Estaré enfermo? Esto no es normal.

El día anterior me lo pasé atrapándome la polla con la goma de los pantalones por que no podía esconder la erección. No creo que sea muy sano ir empalmado todo el día, y hoy será sin duda mucho peor, puesto que esto no para de crecer.

Han pasado ya diez días desde que Jack decidió demostrar al mundo su existencia. La cosa ha dejado de ser graciosa, puesto que no para de crecer y crecer. He calculado que cada día esto aumenta dos centímetros, y ahora tengo un tremendo pollón que al mismo Rocco pondría en evidencia. Me pido el día libre y voy a ver al medico.

La doctora Sanders me pide que me baje los pantalones y me tumbe en la camilla. Tiene el pelo liso por los hombros y una pinta muy recatada. Aunque utilice anteojos de grandes aumentos con una montura enorme hecha de pasta negra, puedo ver en sus ojos la imagen de la sorpresa, sus parpados se esconden para dejar ver unos ojos terriblemente aumentados por los cristales, unos ojos que están mirándome el pijo. Es mujer, y no puedo evitar preguntarme que pensamientos tendrán lugar dentro de su cabeza. Quizás este aterrorizada, e imagina un cacharro así entre sus patas, y de cómo sus costillas crujirían si la profanase, quizás piensa en que me he atiborrado de viagras y que posiblemente no pueda bajarme la “inflamación” hasta que no pasen dos semanas, o quizás este pensando en llegar a casa y poner una o doscientas velas para que a su marido le ocurra lo mismo.

Dice que me harán unos análisis y que en los resultados se verá el motivo de la inflamación. Total, no tienen ni puta idea de que narices me esta pasando, pero otro día termina y sé que mañana, tendré una polla mas grande que la de hoy.

Esa noche tengo un sueño. Estoy en el autobús, esta lleno de gente, todos sentados y callados mientras el vehículo avanza por una de las calles de la ciudad. De repente, me saco el cipote y comienzo a golpear a todo el mundo con él. Avanzo dando mazazos polliles a todos hasta llegar al conductor, que curiosamente es mí encargado de la fábrica. Le doy pollazos hasta que le veo desfallecer, entonces el autobús se estrella y yo despierto.

Los días van pasando. No puedo ir a trabajar con esto pegado al cuerpo, me cuesta andar bien, por más que trate de disimularlo, todos lo saben. Algunos ríen (los envidiosos) otros parecen preocupados por mi estado de salud. La cuestión es que pido la baja y no se bien que motivos dar. ¡Hola señor encargado! Hoy no podré ir a trabajar por que tengo la polla como la trompa de un elefante. Ya sabe, no quisiera provocar un accidente, vaya a ser que usted se agache a recoger una pieza, yo tropiece y lo empale. No, creo que no se lo diré así. ¿Señor encargado? ¿Sabe que tengo la polla tan dura que podría romper nueces? Tampoco es buena idea.

Me tumbo en la cama para descansar, la luz de la lámpara del techo que ilumina la habitación proyecta la sombra de mi pene sobre mí, dando la impresión de que me encuentro postrado ante un gran tótem. Prefiero dormir así, no podría hacerlo de lado por que me causa un terrible dolor abdominal, teniendo en cuenta de que Jack ahora supera los cuarenta centímetros y que necesito ambas manos para poder rodearlo. Dormir tumbado es perturbador, pues tener una polla pegada al pecho me hace sentirme violento, aunque sea mía.

La situación ha llegado al límite de lo sostenible. El otro día traté de prepararme un sándwich y entré en la cocina, al llegar a la altura del frigorífico, le di un pollazo a los botes de especias y me llene el capullo de pimienta. No puedo llegar hasta él con las manos y me duele la espalda, así que llené un cubo de agua y me enjuague allí el prepucio. Me siento ridículo y no aguanto más. Esta noche le pondré solución.

Retiro el mantel de la mesa, y el jarrón que tengo como centro. Pongo a Jack en medio, agarro con fuerza un cuchillo de cocina y empiezo a cortar. El dolor es horrible, en dos ocasiones casi pierdo el conocimiento. La sangre salpica a chorros todas las paredes y el escenario queda digno de la matanza de Texas. Me dejo unos quince centímetros de cortesía, pues cortarlo por completo estaría mal, pero descubro que la parte seccionada que descansa en la mesa a modo de barra de pan comienza a menguar, hasta quedarse en un ridículo pito que me recuerda a los tiempos malos, o buenos… Los centímetros de cortesía menguan y acabo quedándome medio desangrado y sin polla.

Vuelvo al trabajo, y cuando me apetece mear, estoy obligado a entrar en los cagaderos y orinar sentado, pues no me queda manguera como para poder hacerlo de pie. Ahora mi encargado creerá que me pego el día fumando. Que hijo de puta…


Un relato de Noveno Infierno.

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